"Ecce Homo" El rostro humano de Dios.
- Teología en Letras

- hace 11 minutos
- 2 Min. de lectura
La expresión “He aquí al hombre”, dicha por Poncio Pilato, el gobernador romano, aparece en Juan 19:5 y forma parte del relato de la pasión de Cristo narrado por el evangelista Juan.“Ecce Homo”, en latín, significa literalmente “He aquí al hombre”. Es el momento en que Jesús es presentado por Pilato como un ser humano —el hombre— que comienza a ser desfigurado por los látigos, la corona de espinas, los golpes y las acusaciones de sus verdugos.
Pilato muestra a los acusadores de Jesús a un hombre simple, sujeto a la fragilidad humana, tal como el mismo Jesús se identificó en muchas ocasiones cuando se refería a sí mismo con la expresión “Bar Nasha”, que significa hijo del hombre. Jesús, en su doble naturaleza —como Dios y como hombre—, se somete a la experiencia humana de la pasión, la debilidad y el dolor. Es llevado ante Pilato, y es este mismo gobernador, en un intento de librarlo de la condena, quien lo presenta como un hombre humillado, castigado e indefenso, pronunciando esas profundas palabras con la esperanza de despertar compasión: “He aquí al hombre.”
Para Pilato, Jesús no representa amenaza alguna: es simplemente un hombre débil y flagelado. Pero ¿qué significa para nosotros hoy esta expresión: “He aquí al hombre”?Si miramos a Jesús solo como Dios —omnisciente, omnipotente y soberano sobre los eventos—, corremos el riesgo de desvirtuar, en cierta medida, el sentido de su sacrificio. La humanidad de Jesús, especialmente en este episodio, subraya el vínculo profundo con toda la experiencia humana. Este título no solo tiene un eco escatológico, sino que también revela a Jesús, el Bar Nasha o Ecce Homo, como aquel que comparte plenamente las vivencias del ser humano: el dolor, el sufrimiento, la alegría y las luchas cotidianas que todos enfrentamos día tras día.
Al contemplar en profundidad al Jesús convertido en Ecce Homo, comprendemos que no estamos solos en nuestras emociones ni en nuestras circunstancias. Jesús conoce nuestras debilidades, nuestras alegrías y nuestros dolores de manera personal. No es un Dios lejano ni acusador que castiga cada error o cada olvido, como si una oración omitida por la mañana mereciera las plagas de Egipto por la tarde. Y aunque esta afirmación no concede licencia para el desenfreno, sí nos recuerda que no estamos solos: podemos hallar consuelo y esperanza en medio de nuestras angustias en Él.

En el Ecce Homo, dispuesto a sufrir con intensidad, encontramos la fortaleza para transformar nuestra vida: de la fragilidad a la plenitud en Cristo Jesús.¡He aquí al hombre!





Comentarios