El poder dado a los hombres y mujeres. Mateo 9:8.
- Teología en Letras

- 8 sept.
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Jesús acababa de salir de Gadara y llega a Cafarnaúm. Mateo nos cuenta que unos creyentes le llevaron a un paralítico, y Jesús inmediatamente le dijo: “Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados” (Mt. 9:2 RVR). Esto, por supuesto, escandalizó a los fariseos que se encontraban allí, pues solo Dios tiene autoridad para perdonar. Y, de hecho, si hubiésemos estado presentes junto a los sacerdotes y escuchado a un hombre sin empleo ni domicilio fijo pronunciar tales palabras, probablemente también nos habríamos escandalizado.
En tiempos en que Jesús irrumpe en el escenario del mundo judío y su cultura farisea, un paralítico era visto como un problema espiritual, moral y social.
Se pensaba, en primer lugar, que la parálisis era consecuencia de un pecado personal, pues muchas enfermedades se interpretaban como resultado directo de las faltas cometidas. Esto se refleja en Juan 5:14, donde Jesús le dice al hombre sanado: “No peques más, para que no te sobrevenga algo peor.”También se entendía que podía ser consecuencia del pecado de sus padres, tal como preguntan a Jesús acerca del ciego de nacimiento en Juan 9:2: “¿Quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego?”
Como vemos, la cosmovisión sobre el paralítico unía lo espiritual con lo moral, y esa interpretación lo convertía en un problema social. No sufría solo de parálisis física, sino también de una parálisis social retributiva que lo condenaba a la pobreza y a la indefensión.
Pero lo que queremos destacar hoy no es al paralítico ni a Jesús mismo, sino lo que se afirma en Mateo 9:8:
“Y la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres.”
El texto no dice que la gente dirigiera su atención únicamente a Jesús, sino que glorificaron a Dios porque dio ese poder a los hombres. Lo que Mateo plantea es que Dios no reservó esta autoridad —tanto para sanar como para perdonar pecados— exclusivamente a Jesús, sino que con este hecho se abre una nueva etapa: Dios comparte con la humanidad la facultad de sanar y de anunciar el perdón.
Estas palabras implican una delegación de autoridad. ¿Sobre quiénes recae? En primer lugar, sobre los discípulos, y posteriormente sobre toda la comunidad de fe.
En Mateo 10:1 leemos: “Entonces, llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.”Y en Mateo 18:18: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo.”
Este pasaje rompe con la pasividad del cristiano que siempre espera que otros oren por él, con el que cree que Dios solo escucha al “pastor de moda” o con aquel que se conforma con escuchar prédicas superficiales sin escudriñar la Palabra. La autoridad que Dios otorga no es privilegio de unos pocos “ungidos”, sino una herencia de toda la comunidad de creyentes.
Esta autoridad nace de la comunión con Cristo y del Espíritu Santo. Significa que cada cristiano está llamado a ejercer su fe con convicción y no caer en el error de delegar pasivamente en líderes caprichosos las facultades que Dios ya concedió a todos sus hijos e hijas.
La búsqueda de intermediarios no puede convertirse en un negocio donde algunos se presenten como los únicos capaces de hablar con Dios. Si hemos recibido poder, no podemos escondernos en la pasividad de la religiosidad dominical.
Reconocer que Dios nos habla a todos y no solo a ciertas figuras carismáticas es la base de Mateo 9:8. Cuando se habla del perdón de pecados, no significa que los seres humanos podamos otorgar el perdón divino que solo Dios concede, pero sí podemos perdonar las ofensas que otros nos hacen. Ese acto humano de perdonar refleja en la tierra la gracia del perdón que Dios otorga desde el cielo.






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