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La economía de Dios en mí.


Cuando escuchamos la palabra economía, nuestro pensamiento viaja casi de inmediato al mundo financiero: dinero, mercados, inversiones y movimientos bursátiles. Sin embargo, pocas veces pensamos que esta palabra, aparentemente tan moderna, también aparece en la Biblia, pero con un significado sorprendentemente distinto.


El término griego es “oikonomía”, que significa administración del hogar o gestión de los recursos. En otras palabras, no se trata únicamente de números, sino de un modo de organizar, distribuir y dar propósito a lo que se posee.


¿Qué significa la “oikonomía” en el caso de Dios?

Si aplicamos este concepto a la obra divina, descubrimos que la economía de Dios no está relacionada con billetes ni monedas. El interés de Dios no está en la acumulación de riqueza material, sino en la gracia, los dones y el propósito que reparte a la humanidad. Su “economía” consiste en la manera en que administra su plan eterno para la creación.


Lo más sorprendente es que todos estamos involucrados en este proyecto. Dios, en su generosidad, nos ha confiado talentos, virtudes, habilidades y capacidades que forman parte de ese plan mayor. No se trata de bienes monetarios, sino de recursos espirituales, emocionales y humanos que deben ser gestionados con responsabilidad y amor.


El doctor y conferencista Mario Alongo Puig afirma:

“El ser human
ree
o, por el simple hecho de ser un ser humano... ya es creativo”.

Esa chispa creativa es una expresión de la economía divina en acción.


Los dones como parte de la economía divina

Podemos observar esta economía en múltiples formas:

  • Algunos poseen la habilidad de construir y levantar lo que parecía imposible.

  • Otros tienen el don de la palabra sanadora, capaz de acompañar al que sufre.

  • Hay quienes poseen la gracia de aconsejar y guiar a los confundidos.

  • Otros simplemente inspiran fe y esperanza a los que han perdido la fuerza de continuar.


Cada una de estas expresiones es un recurso de Dios que, bien administrado, contribuye a su plan de plenitud y redención. Así como en una casa cada miembro cumple un rol para que todo funcione, en la economía divina cada uno de nosotros tiene una función única.


Jesús y la plenitud de vida

Jesús resumió el corazón de esta economía en Juan 10:10:“Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”.

Esa abundancia no se mide en cuentas bancarias, sino en plenitud de vida: paz interior, sentido de propósito, amor que se entrega, fe que sostiene, esperanza que ilumina.

La abundancia de Jesús es la plenitud que surge cuando vivimos dentro de la economía de Dios, administrando con fidelidad lo que nos ha sido dado.


El modelo de Jesús: buscar el Reino

La gran pregunta es: ¿cómo podemos participar de esa plenitud siguiendo el modelo de Jesús? La respuesta está en su misma prioridad: el Reino de Dios.

A Jesús no lo movían los intereses personales ni el afán de riquezas. Su pasión era cumplir la voluntad del Padre y extender el Reino. De ahí que enseñara: “Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).

La economía divina se activa cuando nuestras capacidades, dones y talentos se ponen al servicio del Reino. Así descubrimos que nuestra vida encuentra plenitud no en lo que acumulamos, sino en lo que compartimos, servimos y edificamos.


Reflexión final

Hablar de la economía de Dios es hablar de un proyecto de vida en el que todos participamos. Dios nos ha confiado talentos y recursos que deben ser administrados, no para nuestra gloria, sino para la construcción de su Reino. La plenitud de vida, esa abundancia prometida por Jesús, no se alcanza persiguiendo riquezas materiales, sino caminando en la administración fiel de lo que Él nos dio, siguiendo el modelo del Maestro.

La verdadera riqueza es descubrir que somos parte activa de la gran economía de Dios.

 
 
 

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