¿Por qué Dios permite el sufrimiento? Parte 1
- Teología en Letras

- 16 ago
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Actualizado: 25 ago
En mi presentación al blog “Teología en Letras”, mencioné que la primera entrada abordaría la inquietud universal sobre el sufrimiento y la injusticia del sufrimiento. El problema del mal, en la filosofía teológica, explora la contradicción entre la existencia de un Dios todopoderoso, lleno de bondad y sabiduría, y la presencia del mal y el sufrimiento. Algunos me han planteado esta cuestión
compleja y profunda de diversas formas: ¿Por qué sufrimos? ¿Por qué ocurren cosas malas a personas buenas? ¿Por qué Dios permite el mal? ¿Dónde estaba Dios cuando mamá enfermó? ¿Dónde estaba Dios cuando papá nos abandonó? ¿Dónde estaba Dios cuando fui abusado o abusada? Todos hemos vivido situaciones en las que estas preguntas parecen tener una validez profunda.
Nos cuestionamos acerca de esto porque el sufrimiento puede ocurrirle a cualquiera, en cualquier momento. Job sufrió, José sufrió, Elías sufrió, y el mismo Jesús sufrió. Eclesiastés 9:2-6 dice: “Todo acontece de la misma manera a todos; un mismo suceso ocurre al justo y al impío; al bueno, al limpio y al no limpio; al que sacrifica y al que no sacrifica; como al bueno, así al que peca; al que jura, como al que teme el juramento”.
Ante una pregunta tan compleja y profunda, no podemos esperar una respuesta sencilla. Por eso, intentaremos ofrecer una respuesta lo más amplia posible desde cuatro abordajes bíblicos diferentes para abordar la inquietud de por qué sucede el sufrimiento, y por qué Dios permite el sufrimiento, o por qué les ocurren cosas malas a personas buenas. En esta entrada, abordaremos solo una de las posibles respuestas debido a la extensión del tema, y luego presentaremos las otras tres posibles respuestas. Nuestra intención es que cada uno tenga el tiempo y el espacio para analizar y reflexionar sobre cada propuesta según su experiencia personal, y nos brinde retroalimentación para enriquecernos mutuamente.
La primera propuesta se basa en la respuesta que Caín dio a Dios cuando este le preguntó en el Jardín del Edén dónde estaba Abel, su hermano. Nos centraremos en la respuesta de Caín y no en la dinámica del pecado de Caín. Génesis 4:9 nos dice que Caín respondió a Dios: “No lo sé”, y luego preguntó: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” Vamos a enfocarnos en esta aparentemente irreverente pregunta de Caín y reflexionar sobre su relevancia hoy en día.
Reformulemos la pregunta para Caín y para nosotros: ¿Dónde está Abel, tu hermano? ¿Dónde está María, tu hermana? ¿Dónde está Juan, tu hermano? Si les hiciera esta pregunta a ustedes, queridos lectores, y su respuesta fuera como la de Caín, tendrían que decir: “No lo sabemos.” ¿Acaso somos nosotros los guardianes de Abel, María y Juan? Aquí la pregunta que se formula sola sería. ¿Si no somos nosotros los guardianes de nuestros hermanos, entonces quién lo es? Si su respuesta es “Dios”, debo decirles que esto no es posible, por qué es Dios quien pregunta dónde está Abel, y nos pregunta a nosotros dónde están María, Juan y cualquiera que sea nuestro hermano?
Si Dios fuera el guardián de nuestros hermanos, Caín podría haber reprochado a Dios: “No me preguntes a mí por Abel. Mi hermano Abel es tu responsabilidad, no la mía.” Este episodio bíblico nos muestra que los seres humanos tenemos una responsabilidad mutua y la capacidad dada por Dios de hacer el bien o el mal. Elegimos nuestras acciones y decisiones. Así, lo que decidimos hacer o no hacer es nuestra elección, y no podemos culpar a nadie más por ello.
Desde los graves problemas sociales, como el narcotráfico y la trata de blancas, hasta las decisiones personales, como qué color de camisa usar o con quién casarnos o divorciarnos, todo refleja nuestra capacidad de decidir y actuar. No son el resultado de una acción directa de Dios permitiendo el mal para nuestra destrucción. A menudo culpamos a otros por nuestras decisiones, atribuyendo esta culpa al actuar permisivo de Dios en el mundo. Pero la realidad es que muchas veces tomamos decisiones que afectan negativamente a otros causándoles dolor y sufrimiento.
La libertad que Dios nos otorgó incluye la capacidad de elegir. Somos el resultado de lo que hemos elegido y estamos donde elegimos estar. Y muchas veces, no nos gusta dónde estamos. El texto bíblico en Proverbios 21:13 dice: “El que cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará y no será oído.” Así, nuestra conclusión para este primer abordaje es que los seres humanos tenemos la capacidad para crear el sufrimiento y somos responsables de muchas de las cosas malas que suceden y afectan a otros por nuestras malas decisiones y acciones. Somos nosotros quienes lo causamos y no Dios. Y debemos reconocer que Dios nos ha nombrado los guardianes de nuestros hermanos y hermanas y todo prójimo en el mundo.
En la siguiente entrada, exploraremos otras posibles respuestas a la cuestión del mal y el sufrimiento. Estas opciones incluyen: “¿Por qué me pasa esto a mí?” como una oportunidad para el crecimiento espiritual y la redención; “¿Por qué me sucedió esto?” como un medio para el bien común o un propósito mayor; y “¿No entiendo por qué no logro salir de este problema que me hace tanto mal?” como una reflexión sobre el misterio, la complejidad y la contradicción de la vida.
Les invito a realizar un auto inventario de todo lo que hay en su vida, bueno o malo, y a tomar decisiones conscientes sobre cómo actuar y cambiar lo que sea necesario.






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